El Covid-19 ha generado en el mundo entero lamentables situaciones en lo humano y en lo económico. La cantidad de personas infectadas supera por mucho el millón y el número de fallecidos los 70 mil, e impresiona la imposibilidad de los países de acabar con este mal.
Los estados han encontrado en el confinamiento la forma más inmediata y segura de frenar la curva de crecimiento del contagio, lo cual es plausible porque así pueden destinar sus esfuerzos e infraestructura hospitalaria a los contagiados, pero esta situación si bien es necesaria para el empresario representa la paralización casi total de su empresa, por ende, no recibe ingresos pero si tiene pasivos laborales, obligaciones de arrendamiento, servicios y otros que cubrir.
Muchas empresas han cerrado permanentemente sus puertas, en materia de aerolíneas se estiman pérdidas por encima de los US$113.000 millones, en el sector turismo más de US$76.000 millones.
De esta manera, asesores recomiendan a los empresarios tomar medidas para salvaguardar a la empresa, tales como: despedir al personal por causas de fuerzas mayor y que soliciten sus cesantías al estado, dar permisos no remunerados, disminuir los salarios (en el mejor de los casos), entre otras.
Algunos gobiernos han entendido lo que representa esta situación para los empresarios, la FED tomó la decisión de bajar las tasas de interés y exhortó a los demás Bancos Centrales a hacer lo mismo de manera de promover el otorgamiento de créditos a empresas afectadas por el coronavirus, y así aumentar la liquidez; otros han ordenado la paralización de intereses de mora en créditos hipotecarios, prohibido el desalojo de viviendas en caso de impago de arrendamientos, el corte de servicios, etc.
En materia crediticia, algunas instituciones bancarias han suspendido el cobro de intereses en materia hipotecaria, comercial y de vehículos; y en atención a las instrucciones de los estados, han diseñado programas de financiamiento para empresas afectadas, que en la práctica son casi imposibles de acceder, ya que la burocracia de la banca les impide, siguiendo los procedimientos bancarios tradicionales, atender situaciones como la catástrofe actual.
Ante todas estas situaciones, los empresarios se encuentran en la disyuntiva diaria de ¿a quién escucho: la razón o al corazón? La razón dice que sigan los consejos de los asesores y tomen alguna de las medidas económicas que protejan la subsistencia de la empresa y garantice la continuidad de la misma, aún cuando éstas afecten a sus colaboradores. El corazón, en cambio, dice que sigan tocando las reservas empresariales y hasta familiares para proteger al activo más valioso de la empresa, el personal, y que insistan con los bancos esperando que encuentren la forma de agilizar sus procesos burocráticos, y esa cantidad de solicitudes que han recibido disminuya y “llegue su turno”.
Tanto los estados como los bancos deben reflexionar y comprender que ante situaciones extraordinarias deben tomarse decisiones especiales que involucran procedimientos singulares, y así como se están tomando decisiones en lo humano, que son imprescindibles y prioritarias, también deben romperse paradigmas y viejos esquemas de procesos burocráticos tradicionales. Esto podrá generar a los empresarios las condiciones de acceder a esquemas de financiamiento que les permita salvar a las empresas, y a las millones de personas, y por ende familias, que se encuentran detrás de ellas.
